Abecedario del «ennui» o abecedario del aburrimiento.

09 GOYA Maja desnuda

Mujeres casquivanas esas que andan con muchos hombres… esas… esas sucias.

«Las que se acuestan con sus novios antes de casarse, las que se tocan sus cuerpos». De a poco esas palabras dejan de sonar en la «habitación» llena de encajes y crochet encima de los muebles. Y yo pienso: que ya se vaya de la próxima generación esa voz que señala con el dedo a la mujer que sabe lo que es un orgasmo y no lo usa como un simple adorno al acto reproductivo. Que no se herede el machismo…

Mirar el camino del feminismo es como entrar a la habitación de una tía abuela que ya no está aquí. Ver sus vestidos de boda sin usar, o su foto del día del divorcio, o de su graduación. Recortes de periódico donde obtuvo logros, cartas de sus hijos a los que no puso la atención que la familia esperaba porque eligió estudiar en un tiempo cuando era aún más incompatible. Uno abre el baúl que está frente a la cama y encuentra secretos, ropas de encaje, fotos de muchos novios, la foto donde está con ese vestido blanco y las gardenias en el cabello, del día en que se fue con el coronel, sin casarse. También la tía abuela es esas mujeres muertas por la pobreza, o manchas de sangre por los golpes. Y una aviadora en los años cuarenta. ¿Cuánto podemos pedirle, o exigirle? ¿cuánto le aplaudimos y cuánto condenamos?

¿Se ha ganado mucho o poco? El hecho es que algún tramo se ha recorrido. Hay que solucionar el presente, separar a los hombres de las mujeres en el metrobús, lo público salpica lo privado y visceversa, si la lucha se grita con el bollo ardiendo éste se quema, y al que lo muerde se le achicharra la lengua también. Qué caos. Esas son las voces que me responden, se meten al cuarto de la tía abuela y suenan como fantasmas frenéticos.

Además de ellos, los ecos del deber del presente, están otras voces y otras presencias. Esas dicen en voz baja «Casquivana». «Eres una casquivana» Y mientras me lo dicen, pensando que irán a molestarme, pienso en la tía abuela, me veo al espejo, y sonrío.

A diferencia de como ocurrió con mis tías y mis tías abuelas, yo puedo tener varios novios, dos que tres, cuatrocincoseis, hablar de ellos, incluso cuestionar si quiero casarme, volverme bisexual, trans. Puedo hablar de la menstruación y del orgasmo, y discutir la situación de la mujer en la casa y en el trabajo. Y las tías van pensando poco a poco, si era cierto aquello de que si se masturbaban la cara se les iba poniendo fea. Si alguien dice un chisme que ataca mi honor, puedo prescindir del derecho a suicidarme con arsénico bajo el rosal. Una vez una mujer mayor me dijo que cuando pensara en el placer, en la culpa, los dedos sucios, la lengua pecadora, pensara en los gatos. Los gatos se retuercen, rozan sus cuerpos contra el cuerpo de las cosas, de las personas, de otros gatos. Buscan placer porque es su derecho. Y así con el resto de los seres, cada mujer, y cada hombre, llevan de nacimiento el derecho al placer. A eso le llaman «casquivana» las voces del pasado, que quieren seguir haciendo sus ruidos hoy. Pero uno se cansa.

Se puede abrir la ventana, dejar que esos ecos se callen, se mueran, se apaguen. Y hacer nuevas cosas, sentir nuevos orgasmos, enamorarse de nuevos coroneles para huir con ellos, o con ellas. Para seguir llenando el muro del cuarto del feminismo de este mundo.

Cas qui va nas…

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