El vacío placentero del voto nulo

Mucho hemos dicho sobre votar o no votar. Tres años después de la llegada de Peña Nieto a la presidencia, tres años después de la decepción después de un intento incipiente -en cuanto a su primer objetivo- por reunir en un movimiento el descontento, nos encontramos en un escenario electoral distinto. Las instituciones cada día pierden el poco crédito que les quedaba y en algunos sectores se habla de desconocerlas, de no legitimarlas, de organizarse. Y he ahí el problema, para variar.

Todo tema que se masifica requiere de una cierta concreción aglutinante. Un tema que se generaliza no puede ser: «Cómo el tablero social electoral se configura para recrear la figura y status quo del individuo en un modelo de poder ciudadano simulado». Es largo, es aburrido, suena académico: hueva. Tiene que ser «voto, no voto».

La primera cuestión al analizar el tema es: ¿se trata sólo de votar? ¿se trata sólo de anular?, ¿Qué se gana con uno y con otro? y nunca es así de simple. Porque al igual que sucede con la elaboración de una discusión generalizada sobre un tema común, la simplificación de éste es un factor determinante para su difusión masiva. Para que pueda salir de los gremios de lo social: los estudiantes, los académicos, de los gremios de los público: los políticos, las instituciones, a una fonda, a este blog. La profundidad posible de los planteamientos se sacrifica en aras de lograr que el tema llegue a un taxi, por ejemplo. Ni modo. De ahí partimos, pero no es el tema.

Y sabemos que no se trata sólo de votar, y que tampoco se resuelve nada no votando. Yo miro con recelo cualquiera de las dos opciones. Primero porque Leer Más