Aunque si yo fuera perra
También compondría mis temas
Porque nadie me puede prohibir ladrar
Rigoberta Bandini
Habíamos planeado ese viaje con semanas de antelación, Alice, Cata y yo. A lo lejos no parecía que España en verano fuera un reto muy grande, eran ocho días de descanso, ¿o de juerga? Yo metí mis bikinis, que ya ni me sentía cómoda en ellos, pero allí estaban a la espera de que mágicamente las 15 horas de viaje surtieran efecto en forma de adelgazar unos diez kilos de la noche a la mañana. Ìbamos a quedarnos en casa de Alice esos días, y quizá acamparíamos, no sé cómo en algún lugar de la ardiente geografía casi desértica de esa zona del mediterráneo.
No recuerdo cómo se nos ocurrió reunirnos en Valencia, usamos el pretexto de que Alice, nuestra amiga desde hacía ya casi ocho años, estaba estudiando su maestría en artes plásticas en la universidad politécnica de Valencia. Alice es de Estados Unidos, nos conocimos al mismo tiempo que Cata, documentalista y fotógrafa argentina, en un experimento social llamado ecodepa, en 2010. Un fiasco de casa comunitaria llena de extranjeros donde caímos las tres y vivimos cada una alguna aventura amorosa muy patética. La decepción nos unió, en pocas palabras. Desde entonces hemos visto pasar por la vida de cada una cambios de casa, parejas, trabajos, y la vida. La maldita vida adulta.
Julio del 2018. Yo acabo de aterrizar en Madrid, como hace dos años, con mi esposo, que tiene un par de congresos en Europa ese verano. Aprovechamos el viaje para que mientras él trabaja yo vacacione con las chicas en Valencia, que está a dos horas de su ciudad natal. Hace un calor «que te cagas», como dicen todos allí. Es verano, hemos ido básicamente a tendernos bajo el sol, y beber en la playa. Yo en esta ocasión empaqué un montón de ropa de playa que por cierto, ya me queda muy chica. En 2019, cuando empecé a escribir esto, escribí: Estoy incómoda en mi cuerpo, me siento gorda, hinchada, el calor mediterráneo a mi, que vengo de una ciudad altísima y templada me quita toda dignidad. Porque ahí yo tdavía no era madre, ni sabía que podría serlo. El verano europeo me viene mal, tengo la frente y el bigote sudados, mis muslos chocan (el verano pasado esto no ocurría) pero está la paella de mi suegra. Está el mercadona con sus pasillos frescos llenos de helado, y el tinto de verano. ¿Qué podría salir mal? Estaban las cañitas que desde las 6 de la tarde se vuelven el mar donde se navega el resto del día, las aceras perfectas, los pasos peatonales amables, y la seguridad de las calles llenas de vida.
Hacìa semanas que habíamos abierto un grupo de WhatsApp para acordar, o intentarlo, las cosas divertidas que haríamos esos ocho días. Tenemos fe. Nos queremos. Las tres tenemos alguna inclinación artística, mucha voluntad ecologista y un ánimo crítico feminista en pleno proceso de pulido. Unas diosas. En las fotos de mi boda nos vemos radiantes, jóvenes, sonrientes, poderosas. Pero no podemos ponernos de acuerdo con qué hacer en estos días así que ingenua y amorosamente decidimos, o nos resignamos a dejarlo al «fluir de cada día».
Y alí estoy yo, con mis audífonos protegiéndome de la paranoia que me acompaña, bajándome del autobús, viendo de lejos a Alice que se acerca con su 1.70 de estatura y su sombrero estilo Sofía Loren. En mi móvil suena La bien querida, pero me quito la música, y estrenando el silencio con los ruidos de la calle aparece Alice, que es de Yuesei muy rubia y delgada. Tiene sin embargo, un flair europeo y se ha puesto un sombrero de ala amplia negro que con sus gafas negras la hacen parecer superstar de los 50s. Me saluda con su voz dulce y sencilla.
Verano: ¡aquí nos tienes!
-Isa!, (Nos abrazamos)
-Alice! Me encanta verte! So good to see you! Las dos surfeamos la conversación en un spanglish tan perpetuo como el abrazo largo y hippie que nos damos.
-Alice you look incredible! Cómo estás?
-Did you see Cata’s message? Gosh
-I know, va a estar infartada, pobrecita.
Caminamos hacia una parada de autobús bajo el sol quemante. Son pocas cuadras. Yo llevo una mochila demasiado grande, porque entonces todavía no sabía lo asburdo que es llevar mucha ropa al verano. Pero miento.
-It’s ok, It’s not heavy… I can deal with it. Can I?
Afortunadamente el autobús tiene aire acondicionado y podemos hablar sin jadear. Cata acaba de recibir la mala noticia de que su vuelo está retrasado. En el grupo de WhatsApp tratamos de consolarla, un día de tener que estar en el aeropuerto iba a ser jodido.
“Chicas, estoy mal, estoy muy triste y enojada. Resulta que está estallando una huelga en varias aerolíneas, una se ha declarado en quiebra. Estoy en la mierda.”
Alice y yo la consolamos. «Bueno, será un día o dos», mientras viaja y se pierde uno más, nos quedan seis días para estar juntas. Cata se encuentra en Alemania, en casa de su novio pero está atorada en Berlín mientras su vuelo acaba de salir.
Le prometemos no pasarlo demasiado bien. De todas formas Alice y yo somos introvertidas, quizá pasivas, -are we depressed? o es el momento de la vida y tratamos de estar tranquilas sea cual sea el contexto. Pero es jodido, porque Cata es la alegre de las tres. Alice es la dulce, yo la ñoña, Cata la alegre. Cata siempre tenía fiesta, con ella se dicen las cosas más ácidas pero también las más chistosas. Es el colorido de argentina (también el humor) hecho muchacha.
Nos bajamos del autobús y caminamos un poco hasta casa de Alice: un piso que comparte con dos franceses, yo estoy exhausta. No sé qué pasa pero las mujeres que no sudan y no se pegan a los asientos me parecen de otro planeta. Miro a Alice, con temor de que diga que sí, le pregunto:
-Quieres salir a hacer algo? Cuál es el plan hoy?
-No, estoy bien, sólo si quieres, si quieres podemos descansar.
-Ay, si! Hoy descansamos, comemos, y mañana hacemos más. Perfecto.
-Yo soy muy tranquila últimamente, voy a la escuela, a veces salimos por las noches pero ya sabes que no bebo alcohol.
-Yo tampoco hago mucho en México, además me he vuelto temerosa en la calle, no sé por qué.
-Aquí en España al menos puedo salir sin miedo, es seguro, creo. Pero me gusta estar en casa, cocinar, leer. La escuela tampoco me deja tanto tiempo.
Luego de un par de horas de hablar y picar cualquier cosa salimos al supermercado. Está a unas cuatro cuadras que caminamos tranquilas, las dos con mini shorts que yo en México solo uso en la playa. Al entrar a la tienda pierdo el control y gasto no sé cuántos euros en panes, embutidos, vinos, y un montón de cosas insanas. Es el país del jamón, del queso de oveja curado y el vino. Alice, vegetariana sólida, me mira con extrañeza.
Ya no soy la Isa ecologista, he cambiado querida, qué te puedo decir? he puesto pausa a muchas ideas que consideraba inamovibles. Ahora soy ésta Isa, pienso mientras lleno el carrito de galletas y nocillas y nos dirigimos con mi nueva identidad consumista hacia la caja.
De vuelta al piso de estudiantes Alice y yo respondemos al grupo de WhatsApp. Nuevas malas noticias: No será sólo un día, serán DOS de retraso. De repente los seis días de amigas en la playa se han vuelto ya cuatro. Este que corre. Dos que faltan sin Cata. Volará desde Berlín hasta España para pasar sólo cuatro días con nosotras.
Alice y yo lo comentamos. Para las pulgas argentinas de Cata la situación debe ser límite. Yo hace tiempo que siento tanta suerte en la vida que estoy segura de que casi a toda situación negativa se le puede sacar provecho. Manía de escritora, quizá, «mientras pueda narrarlo, valdrá la pena». Alice tiene un temple de hierro. Pero Cata, Cata es exigente y asertiva. Más que asertiva es incisiva. Incisiva como un cuchillo que separa la carne del pellejo. Esto es carne y esto es pellejo. Y esto para ti y esto para ti. Y punto. Y si hay queja: hay cuchillo. Cosa de Argentina, suponemos.
De pronto ya es viernes, yo llegué un miércoles. Qué hicimos ayer? Ah, sí, estuvimos en casa hablando.
Z me pregunta al teléfono esta mañana:
-Vas a salir a pasear? No es que haya tanto que ver pero no pensarás quedarte encerrada sólo porque Cata no está no?
-Ya, es que Alice y yo no paramos de hablar.
Y es cierto. Hay siempre mucho que contar.
-Además vinieron a casa ayer compañeros suyos de la escuela y eran súper simpáticos. Qué tal el congreso? Conociste a la Reina de Inglaterra?
Reímos.
-La conocí pero no pude planchar mi camisa.
Z. No sabe planchar. Bueno, yo tampoco.
Y en efecto en las fotos de ese congreso de científicos en Cambridge, Z aparece sin saco, y con la camisa hecha un desastre. Colgamos. Si todo sale bien Cata llega mañana sábado. Alice y yo navegamos el resto del día entre comida, vino, y duchas. Qué calor.
Lo que más recuerdo de los días pre Cata es que Alice y yo hablamos sin parar, excepto cuando empezamos a discutir sobre los beneficios o perjuicios de la comida frita. Yo en la postura pro frita, pro gordi comida. Ella más informada, en el planeta de la salud. Alguna de esas tardes fuimos a ver amigos suyos a otro piso en un barrio aledaño. También recorrimos el centro de Valencia, a la peor y más solitaria hora del día, cuando el sol quema. Y una noche, la última solas, bebimos vino con amigos en el piso de estudiantes y reìmos con las tonerías que se nos ocurrían mientras comíamos la comida hindú gratis que nos trajo uno de los ligues de Alice. Tenía muchos, por suerte, me sentí orgullosa de ella.
Alice es el tipo de personas que uno no puede dejar de admirar. Flores que crecen en medio del asfalto, que no sólo son buenas y bellas personas. Que son listas, que son brillantes y creativas. Una tipaza. A tres años de ese verano, la recuerdo haciéndose preguntas profundas, mientras sobrevive sola en otro país, lanzándose piedras hacia enfrente para poder cruzar charcos, y avanzar y no parar.
Y yo. Yo no sé. Mis proyectos de pintura y escritura estaban más bien arrastrándose de la mano de mi hipotiroidismo subclínico estúpidamente no medicado, y estaba descubriendo, cogida tras cogida, que era infértil gracias a la endometriosis. Pero entonces pensábamos, bueno, ya llegará. Y fuimos a España a relajarnos y a comer, y a no pensar en lo que vendría. Anduve en las calles medio dormida, como viendo el mundo desde un balcón, pero cubierto de cristal. Mostly depressed. Pero sin saberlo. Yo quería que llegaran mis amigas, emborracharme, abrazarlas y ser perra. Estilo Rigoberta Bandini. Mandar al carajo muchísimas cosas y crear.
Si enumero las cosas que Alice, Cata y yo hicimos juntas tendría que escribir un libro. Nos conocimos en un experimento social bastante inmaduro donde nos enamoramos cada una, de algún extranjero que estaba de paso y que se pensaba ultra liberal, poliamoroso, ya saben, unos forros pendejos. Y nosotras pues, no habíamos cuestionado precisamente a fondo el mito del amor romántico y aunque teníamos trazas de feminismo en las galletas pues, en realidad sólo eran trazas y tal vez éramos alérgicas.
Navegábamos de proyecto en proyecto, de casa en casa, de fiesta en fiesta, de pareja en pareja. Pero siempre con las manos entrelazadas y en una genuina complicidad. Truene? Reunión con amigas. Despido del trabajo? Reunión con amigas. Crisis de los 30? reunión veraniega con nuestras versiones adultas.
Cata llegó un medio día de un lunes a Valencia. La recogimos en el metro y nos abrazamos en medio de un grito cursi de nenas. Luego caminamos hacia el barrio de Alice, que no recuerdo el nombre pero estaba cerca de la Playa de la Malvarrosa y cuando llegamos al piso yo sólo quería beber cerveza y comer paté fino con pan de supermercado.
Cata me miró igual que Alice,
-Isa, eso es carne!
-Oh yes, ya no soy vegetariana.
-Qué?! Exclamó incrédula con su acento argentino medio disimulado.
Pues, estoy abrazando mis cotradicciones, jeje, “ a veces como carne” si y sin culpas.
Miré a Alice:
-Y a veces como fritos. Pecado!
Reímos un poco pero en el rostro de las dos se vio una pequeña mueca de reprobación. Que yo, totalmente en paz con mi ingesta de animales, ignoré. Un poco. Nos sentamos a picar quesitos y miel, hasta que Cata de repente tomó una bocina y cambió abruptamente la música. Lo recuerdo con claridad. Creo. Había alguna canción sonando, pero Cata señaló lo “horrible que era esa canción” y con mucho nervio cambió la música. Como si, como si estuviera sola en su habitación, como si no hubiésemos otras allí. Bue. Lo ignoramos. Un poco.
Esa tarde íbamos a recoger a una amiga de Cata, de Barcelona, que se unía al plan de chicas al venir desde Madrid para ver si acampábamos, tampoco teniamos eso claro.
Ahora cuando lo pienso, podría parecer que la fuente de todas las desgracias que ocurrieron esa semana fue el no tener un plan previo para seguir. Pero había pocas certezas, me digo, mientras reconozco internamente que sigo siendo la mexicana que se deja llevar por el plan y fluye con la amiga tranquila estadounidense mientras la amiga argentina lo tiene todo mucho más fijo y pensado y fijo. Y eso, fijo.
¿Qué desgracias nos esperaban a la luz de esos quesitos de tarde de lunes? Un sin número de contratiempos. Peleas en la playa, discusiones sin fin, conexiones con otra dimensión, escenas de peligro en barrios gitanos donde nos metimos, pisos de cemento, racismo, ¿sigo? Porque hay mucho más. Hay un ojo infectado, y hay una paella mediocre.
Eso. Esa tarde fuimos a la playa, nos quedaban sólo cuatro días para aprovechar ese idílico encuentro de amigas. ¿Muchas, o demasiadas expectativas? Todavía no sé.
Me voy a poner todas las minifaldas del mundo. Estás vestida de putilla me diría Z. Que siempre lamenta que vivamos en un lugar tan machista y peligroso que no puedo usar lo mismo que en España de forma cómoda. Me voy a comer todo el gluten que quiera, aunque la endometriosis me esté pisando los talones. Al menos ese fin de semana no estoy menstruando. Eso. Eso sí habría hecho del final de esa semana algo estilo Carrie con Terminator e influencias de Tarantino.
Aunque tampoco estuvimos lejos de eso.
Continuará, (si mis amigas no me matan antes)